Todos nos hemos visto sobrecogidos por las hipnóticas y
devastadoras imágenes del volcán de La Palma. Una vez más la naturaleza marca
un ritmo que nos deja a contrapié. Casas sepultadas, plantaciones arrasadas,
proyectos de vida e historias quebradas por una tierra que ruge y escupe toda
su energía y su furor. En la boca de muchos palmeros, además de las lágrimas y
del dolor, un mantra repetido: tenemos que mantener la fe y la esperanza.
Cuando nos quedamos sin nada queda lo esencial. Transcender y transcendernos;
descubrir que “somos” con, por y para los otros; solidarizarnos, empatizarnos y
creer. Estamos saliendo de una pandemia, recuperándonos de Filomena, viendo
pasar gotas frías con más frecuencia. Parece que hay una voz que se empeña en
traernos del lado de la humildad. Tal vez sea tiempo para construir algo nuevo,
no algo de masas, ni por decreto, ni sujeto a ideologías rancias o prejuicios
frentistas. Algo que nace de lo pequeño, como el grano de mostaza. Algo que
está dentro de ti y que quiere despertar como un volcán.