Dicen que este año ha sido para olvidar. Una pandemia, lutos,
confinamientos, soledades, crisis material y anímica. Mejor pasar página y
empezar de nuevo. Como cuando se te bloquea la computadora y la apagas para
volver a reiniciar. Yo, como pienso que el tiempo es sagrado, no quiero
olvidar. Aunque esté un poco prohibido quiero abrazar: abrazar los silencios,
las perdidas, los gestos altruistas, la debilidad, la poesía. Sí, la poesía.
Durante estos días ha habido mucha poesía. Gente que ha escrito jirones de piel
y de sangre. Miradas, por encima de esa mascarilla, que desnudan el alma.
Cuentos para los niños que han aprendido que su reinado es tan frágil como sus
juguetes. Hemos salido a la puerta para descubrir que somos vulnerables, que
nos necesitamos, que Dios es y eso basta. Nos hemos embarrado manchándonos las
manos y los pies, con noches en vela, adictos a alguna serie o algún videojuego
que narcotizase nuestra realidad. Embarrados de muerte y de vida. Chapoteando
por los charcos de los miedos, de las insolencias, con un poquito de locura y
con un mucho de ternura. Bebiéndonos a tragos el licor que destila del cielo
como una nieve bendita y penetrante. No quiero olvidar las llamadas, medicina
en forma de presencia. Los recaderos que han volado sobre sus pies para adornar
la puerta de alguna abuelilla. Los que se han visto desbordados en hospitales,
cargos públicos, cuidados, tareas de limpieza. Los que no han faltado con un
buenos días en la caja de los supermercados. Embarrados por los que se han ahogado
en sus arenas movedizas de prejuicio, de autosuficiencia, de poder y de rencor.
No quiero olvidar, no debo olvidar… Al fin la vida es esto: un estar de paso,
un aprendizaje, un despertar. Reiniciemos, sí, pero sin borrar nada, que el
barro también forma parte del camino.
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