lunes, 11 de abril de 2022

GUERRA


Se ha roto la cáscara del huevo y asoma la cabeza de serpiente. En sus ojos se ve el silencio y la muerte. Su lengua escupe el veneno que atraviesa cada palmo de la piel. Dicen que se arrastra por una especie de castigo divino, pero su movimiento es como una danza sálmica y ritual. El mal existe. Existen demonios y diablos, en cada uno de nosotros, capaces de romper el alma hasta la extenuación. No siempre es fácil reconocerlos: se mezclan entre los ángeles, caminan como uno más, dibujan sonrisas y desprenden leche y miel. Se disfrazan de mentira y entonan cánticos de sirena para robarte la paz. Siempre ha habido y habrá conflictos. Siempre ha habido y habrá guerras. Guerras silenciadas y oscuras. Guerras vergonzantes y abusivas. Jesús lo sabía. Él estuvo del lado de las víctimas. Sufrió los golpes y la difamación. Nunca dejó de mirar a los ojos, de creer en el ser humano, de enamorarse de la vida, de perdonar sin aliento. Perdió el miedo a la muerte y entonces brotó la primavera. En él nuestra esperanza y nuestra fe siguen teniendo sentido, aunque sea con este nudo en el estómago.




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