Cuando Jesús nació pensaba en José. Hasta hace unos días José vivía en la calle, rodeado de cartones, con su perrillo y su lata de cerveza. Ahora José comparte un pequeño piso. Por lo menos tiene un techo y una cama aunque soporta tremendas discusiones. Le gusta ayudar y, como dice él, le viene bien para estar ocupado y tener algunas obligaciones. Los lunes viene a la parroquia y limpia el patio con una delicadeza que para sí quisieran muchos jardineros profesionales. El otro día empezó tirar de las partes secas de la enredadera y acabó recortándola por completo. Cuando termina su tarea nos tomamos un café juntos y aprovechamos para charlar un rato. Con su historia se podrían hacer algunas teleseries y aun daría para varias secuelas. Normalmente, cuando llega, se sienta en algún banco del fondo de la iglesia y reza tapando con las manos su redonda cara.
Son los Josés, las Marías, los sencillos, los que sólo tienen
historias que contar y corazones en reparación, los que nos han traído al Dios
con nosotros. Jesús, cuando nació, pensaba en José. Desde entonces ya le
amaba y arropaba sus sueños mucho antes de que él le rezase en un pequeño banco
en el fondo de la Iglesia. Y mientras José cuida de su jardín y, hasta en
ocasiones, toman café juntos.