Cuando éramos jóvenes nos íbamos de pandemia. Qué tiempos aquellos, con nuestras mascarillas y nuestros geles hidro alcohólicos. Todo eran juegos de miradas, guiños y distancias. A veces me ruborizaba por dentro, que es como ponerte colorado contra la pared. Bailábamos con las manos en la espalda, como los rusos, y esperábamos alguna ocasión para rozarnos sin querer y pedir perdón. Si respiraba muy fuerte se me humedecía el hocico y, no sé porque, me entraban las ganas de reír. La risa también es contagiosa y antes de que cantara el gallo ya estábamos todos riéndonos como locos y bailando con las manos en la espalda. Si éramos demasiados se quedaban en la puerta esperando: uno en el primer piso, otro en el segundo, otro en el tercero, algunos en la terraza que, como estaba al aire libre, permitía más gente. Lo de lavarse las manos era una movida: que ibas a sacar bebida: te lavabas las manos; que ponías la música: te lavabas las manos; que picabas algún canapé: otra vez a lavarte las manos. Eso sí, que bien me olían a ese jabón de lavanda que tanto me gusta, pero como no podía acercarme a nadie solo me daba cuenta yo de la fragancia. Y luego como la cenicienta, a las doce corriendo para casa; yo sí que he perdido algún zapato entre carrera y carrera. Todo lo que cuentan tiene parte de verdad y parte de leyenda. Esto de ir de pandemia tiene su edad y si te descuidas se te pasa el arroz. Muchos han dejado de ir por miedo. Otros ya se tele divierten sin pudor y sin mascarilla. Lo confieso, yo a veces en casa me huelo las manos después de lavarlas con ese aroma de lavanda, me pongo las manos en la espalda y bailo solo hasta humedecer el hocico; entonces rompo a reír como un descosido, que la risa es contagiosa y cuanto la necesitamos.
domingo, 21 de marzo de 2021
Juan del Rio Martín, "Nuevos apuntes para la vida"
Para un historiador que lee un texto que llama su atención, la biografía del autor es generalmente decisiva porque sus preocupaciones y su carácter ayudan a comprender lo que escribe desde su interioridad, dado que existe generalmente una íntima correlación entre ambos. El libro que presento propone muchos temas de gran actualidad y en su desarrollo nos es dado intuir cómo trabaja y cómo piensa su autor, cómo actúa y qué siente en su vida pastoral, en su tratamiento intelectual de los acontecimientos y en su actividad sacerdotal.
Juan del Rio ha desarrollado en su vida un itinerario coherente, marcado sensiblemente por sus preocupaciones pastorales, visiblemente presentes en los diversos puestos ministrados como sacerdote y como obispo, como coadjutor y párroco, como consiliario y, especialmente, como “inventor” innovador del servicio de asistencia religiosa (Sarus) de la universidad de Sevilla, como profesor en la misma universidad y en el Centro Teológico de la archidiócesis, como obispo de Asidonia-Jerez y arzobispo Castrense de España. Ha mantenido una preocupación meditada por los medios de comunicación social tanto entre los obispos de Andalucía como en la Conferencia Episcopal, y ha insistido de palabra y obra sobre su importancia decisiva en la adecuación y renovación de la pastoral eclesial.
Conoce pues bien los diversos campos eclesiales porque ha participado directamente en algunos de ellos y en otros los ha estudiado, meditado y enseñado. Si a esto añadimos su sentido de la amistad y de la colaboración allí dónde se encuentra, comprenderemos mejor el sentido de sus textos y su propia disponibilidad al exigir el cumplimiento del compromiso cristiano. No hay muchas personas para quien Dios es real y siempre cercano, y estos textos indican su necesidad y el modo de conseguirlo.
¿Qué denotan la notas y reflexiones que encontramos en estas páginas que presentamos? En primer lugar, su cercanía y conocimiento de los cuatro papas que ha conocido directamente. Juan XXIII es el convocó el concilio al que sigue filialmente el autor, Juan Pablo II le nombró obispo, Benedicto XVI cuya doctrina, actuación y renuncia explica y comenta con unción, y Francisco, el papa que le ha abierto horizontes y audacias evangélicas.
Juan del Rio ha nacido en Ayamonte, ha crecido y ejercido en Sevilla, ha sido obispo de Jerez. Su asimilación teológica de la religiosidad popular es creativa y profundamente seria. Su predicación en las Cofradías, en el Rocío y entre los universitarios consiste en una profundización y asimilación de la ternura humana ante el cariño sobrenatural de Cristo y de su madre por los seres humanos. Sus breves textos en el libro nos ayudan a comprender el significado profundo de una religiosidad no siempre bien ejercida ni bien comprendida.
Este libro conecta las facetas diarias de la vida religiosa de los cristianos, con un estilo nada alambicado ni rutinario ni clerical sino marcado por la espiritualidad profunda de san Juan de Ávila y el sentido común de un humanista actual. No habla de memoria sino con una espiritualidad asimilada y tamizada por su contacto diario con cuanto significa sor Ángela de la Cruz, con el hombre y mujer de la calle y con los soldados que temen por su vida en Afganistán o en el Líbano. Aunque los jóvenes cristianos actuales parecen creer sin pertenecer ni formar parte de la Iglesia, este libro parece tener en cuenta, también, a los jóvenes soldados que viven en peligro de muerte y que piden más conscientemente el bautismo o la confirmación porque se sienten más cerca de una Iglesia que ofrece la salvación.
Reflejan también la calidad instructiva de las páginas el apunte dedicado a las vacaciones, un consejo sapiencial sobre sobre la capacidad de gozar de un tiempo tan especial, tan propicio para pensar, conocernos mejor, leer páginas que enriquezcan nuestra mente y nuestro espíritu.
En cada página está presente el sentido de comunión y diálogo, palabras que resuenan con más rotundidad en una sociedad tan enfrentada como la nuestra y son más reconocibles y ambicionadas por su débil presencia en una Iglesia como la española, dividida, fraccionada en sectas, con proclamas inalcanzables y con ambiciones más relacionadas con la miseria y la miopía mundanizada de muchos clérigos que con las verdaderas urgencias eclesiales. Lo comprobaremos en la preparación y el desarrollo de las próximas elecciones en la Conferencia episcopal.
Bomba de relojería
“Esta situación es una bomba de relojería”. Los obispos callan, pero siguen, atónitos, los vaivenes de la montaña rusa en que se ha convertido el día a día de la política en España. Primero Cataluña. Y ahora lo de la fallida moción de censura en Murcia y, sobre todo, Madrid, con los sendos órdagos lanzados por dos de los representantes políticos que más crispan en todo el país, Pablo Iglesias e Isabel Ayuso, el uno lanzado al nuevo ‘no pasarán, y la otra al ‘comunismo o libertad’
“Lo que está pasando no ayuda a confiar en la clase política, todo lo contrario. No hay liderazgos que nos devuelva la confianza, lo que incide en el descrédito de lo político”, señala un obispo muy preocupado por lo que se nos puede venir encima como sociedad. “La moción de Murcia ha dinamitado muchas cosas y se perderá también un tiempo precioso. Definitivamente, viene en un mal momento, porque no estamos para políticas frívolas como las que estos hechos demuestran y todo se está radicalizando demasiado”.
Frivolidad y colas del hambre
Efectivamente, esta “política frívola” llega cuando la pandemia sigue campando por sus fueros, con más de 70.000 fallecidos, y subiendo; con una población exhausta, afectada por una contracción económica del 11%, la mayor desde la Guerra Civil, que ha llevado a las colas del hambre a medio millón de personas que nunca antes habían pensado llegar a tener que mendigar, como muy bien sabe Cáritas, que durante este primer año desde la declaración del estado de alarma ha visto cómo llamaban a sus puertas un 57% más de demandantes de ayuda…
“La distribución de recursos económicos a través de las ayudas públicas es lo que ha parado los intentos más revolucionarios que hemos vivido en los últimos tiempos, porque esta situación es una bomba de relojería”, apunta el prelado, que ve también cómo la inesperada convocatoria electoral en Madrid fruto de un tactismo político puede comprometer la gestión de las fondos que se espera que lleguen de Europa como agua de mayo para las ayudas directas a las pequeñas empresas y los autónomos que están con el agua al cuello.
Aunque a algunos de sus miembros les rechinen los dientes, el Episcopado asiste con mucha prudencia a estos acontecimientos. No quieren dar ni el más mínimo motivo para que la tomen con ellos y convertirse en los chivos expiatorios. Han querido tentarles con el listado de las inmatriculaciones y hasta el Gobierno ha tenido que salir a darles la razón. En este momento de “polarización” prefieren hacerse a un lado, tejer su red de contactos en donde se pueda dialogar desapasionadamente y tener a punto, como siempre, su impresionante tejido asistencial, siempre presto a echar una mano.
El peligro del populismo
Pero el aviso ya está hecho. Primero durante su discurso inaugural en la Plenaria de noviembre, donde el cardenal Omella ya advirtió de los peligros del “virus de la polarización”. Y hace unas semanas, en unas jornadas organizadas por la Universidad Pontificia Comillas, donde el presidente de la Conferencia Episcopal, afirmó que “si esto no se corrige [los desiguales efectos de la pandemia y la crisis económica consiguiente], puede ser el caldo de cultivo de una explosión social, con el auge de los populismos y las dictaduras”.
Las esperanzas de desinflamar la enloquecida vida política en España pasan, en opinión de las fuentes episcopales consultadas, por la gestión de las vacunas. “Vamos a ver si con ellas puede mejorar la situación y estimular el turismo para que el año próximo comience la remontada. Pero no nos olvidemos de que hay gente que no puede esperar ni a octubre ni a noviembre de este año”, añaden.
La encrucijada de Felipe VI
Pero lo más importante es no seguir crispando el ambiente político de tal manera que acabe contagiando a la sociedad. “Se necesita que al otro de las trincheras se generen unos mensajes de más cordura, más al estilo de Salvador Illa”, dice un obispo, precisamente no muy de la cuerda del ex ministro socialista y católico confeso, por más señas…
“Pero si PP y PSOE están a la greña, toda la situación política se corrompe, como estamos viendo, y se retrae la salida a esta crisis”, añade, para ponderar las discretas conversaciones que estas formaciones políticas habían empezado a mantener para desatascar el nombramiento de jueces o articular medidas de consenso para sostener a la Corona en un momento tan delicado para Felipe VI, de quien algunos obispos señalan que “está ante una encrucijada que no se le desea a nadie, primero por su padre, el rey emérito, pero también por las hermanas, los cuñados…”.
Azuzar a la gente
Pero esta polarización no solo puede comprometer la gestión de los fondos económicos liberados por la Unión Europea y que se comprometan las ayudas “y desanimar muchísimo a la gente”. Se teme también que se use para azuzar a la gente. Se percibe ya en las tertulias, en los medios de comunicación, que parecen poner la alfombra al populista de turno.
“Y en momentos que podríamos denominar prerrevolucionarios, como lo son los actuales, las personas son muy manipulables”, apunta otro pastor. Y pone el ejemplo de las recientes manifestaciones violentas en Barcelona tras el encarcelamiento de un rapero, con miles de jóvenes en las calles, dirigidos por grupos violentos perfectamente organizados. Y temen que una muerte en uno de estos enfrentamientos de tanta violencia pueda degenerar en lo que más teme el cardenal Omella: un estallido social que haga saltar todo por los aires. Por eso, ahora los obispos callan… Y rezan.
Adivinanza
“A lo largo de los últimos meses, los políticos que han intervenido en la gobernación del Estado se han movido como si existiera una fuerza superior capaz de resolver los errores debidos a su frivolidad. Como esta fuerza no existía, se les ha deshecho todo en las manos”. ¿Quién es el autor de esta frase? ¿Alguna de estas fuentes episcopales? Frío, frío. Aunque parece dicha esta misma mañana, es de Josep Pla, anotada en su diario -que daría lugar al libro “Madrid. El advenimiento de la República”- el 2 de julio de 1931…
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