domingo, 28 de febrero de 2021

JUGUETE ROTO

¿Quieres jugar? Preguntó su madre con ojos de nube. La niña corría de acá para allá riendo y saltando. Sus piernecitas volaban entre las cajas de leche y un platito de plástico le servía para preparar esas pipas junto a la calefacción: calentitas y sabrosas. Este año los juguetes vienen rotos: una muñeca vieja de trapo, unos puzles incompletos, la cocina estropeada. Pero a la pequeña no le importa, no los necesita, su boca sigue haciendo pedorretas y baila del salón a la cama porque su mejor juguete es la inocencia y la sonrisa. Mama sí siente vergüenza. No por su niña preciosa: cocinera, gimnasta, loquita de la casa; si no por los juguetes rotos. Parece que se nos ha caído el alma y se nos ha olvidado jugar. Bailar con las manos abiertas hacía el cielo, dejarnos empapar por la lluvia y por los charcos, construir una casa de papel o de madera para que nos proteja del miedo. Los que piensan que un niño necesita de “sus juguetes rotos” han perdido el juicio. Somos nosotros los que necesitamos una mirada limpia y nueva, dispuesta a compartir, a tirarse por el suelo, a rodar y mancharse, a calentar nuestras pipas en la calefacción. Somos nosotros los que, de manera urgente, tenemos que emborracharnos de ternura y de locura, como los niños, para dejar de ofrecer juguetes rotos a un mundo roto, saciado de si mismo.

¿Quieres jugar? Preguntó su madre con ojos de nube. Corre, salta, llora, ríe, súbete a la silla o a la mesa, túmbate sobre la alfombra, haz garabatos en las cortinas, rompe algún juguete. La niña no necesita nada mas para soñar.

¿Quieres jugar?   



  

 

POLARIDADES

Según el diccionario, polaridad “es la condición de lo que tiene propiedades o potencias opuestas, en partes o direcciones contrarias”. Lo de direcciones contrarias nos suena bastante porque seguramente nos habrán acusado más de una vez de comportarnos de manera contradictoria y otras muchas, a regañadientes, hemos tenido que reconocer que era verdad. Consuela un poco que le pasara también a san Pablo cuando decía que no sabía los que le pasaba: en vez de hacer lo que quería, hacía justamente lo contrario (Cf Rom 7, 15). La culpa – decimos- es de esos polos enfrentados que tiran de nosotros en direcciones opuestas y nos llevan a decir por ej.: “yo soy de los convencidos de las bondades del madrugar pero, cuando suena el despertador, pienso ¡cuántos beneficios tiene también el sueño!”. “Soy defensor acérrimo de lecturas serias y profundas y prefiero los documentales de la 2, pero, claro, necesito también distenderme y por eso me engancho a las series de Netflix…”. “El colesterol disparado me ha hecho decidir un cambio en mis hábitos de alimentación, pero tampoco voy a hacerle un feo a mi cuñada que ha traído esta sobrasada de Mallorca… ”.“Ya sé que la oración es importantísima, pero es que no quiero evadirme de la realidad y para no correr ese peligro, nunca le dedico tiempo…” Antes de llegar a amargas conclusiones sobre la condición humana en general y la propia en particular, conviene leer en Marcos 6, 30-52 cómo armonizaba sus polaridades el que era “igual a nosotros menos en el pecado…”, pero tan bipolar como el que más (el calificativo es de González Faus, no mío). Ocurre después del signo de los panes (¿quién habla de multiplicación?). No había sido una operación tipo “buffet libre para todos”, sino una señal enigmática a conservar en la memoria para seguir haciéndose preguntas: qué pan es este que falta, pero que no se compra; que hay que ofrecer aunque sea insuficiente; que está vinculado a “lo de arriba” a través de la bendición; que no se agota aunque se reparta sin medida. Inmediatamente después Jesús “obligó a sus discípulos a embarcarse y a ir delante a la otra orilla y, después de despedir a la gente, subió al monte a orar” (Mc 6,45). Hay un matiz claro de urgencia y de cierta precipitación en su manera de actuar, como si le apremiara el deseo de quedarse solo: uno de sus polos – el de su relación secreta con el Padre - tira de él de manera irresistible y él cede a esa atracción, sube al monte y se pone a orar. Pero después su otro polo, el que le atrae hacia nosotros, “se activa” y le hace mirar desde arriba y desde lejos la barca en la que sus amigos reman trabajosamente con viento contrario. Y entonces deja la oración y baja del monte para ir a su encuentro con aquella extravagante ocurrencia de “caminar sobre el agua” y decirles: “No tengáis miedo, soy yo”. Ya está de nuevo con ellos, ya ha retomado su lugar familiar y “el viento se calmó”. No es una precisión metereológica, sino una manera de decir que las oposiciones han quedado reconciliadas y los contrarios armonizados. Que cuando “el Bipolar” oraba, no desenganchaba la atención hacia su gente; que era precisamente subir al monte lo que le daba mejor perspectiva para contemplarlos. Que el Distante – apartado y a solas- , seguía siendo el Atento, el Cercano, el Amigo que no se desentendía. Cuánta falta nos hace aprenderlo.

Miércoles de ceniza

En este día tan especial, nos hemos reunido durante muchos años los amigos de la comunidad de Alenza para recibir la ceniza y para meditar con calma en cómo relacionamos nuestra vida con la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. “Eres polvo”, pero has nacido del amor, y “en polvo te convertirás”, pero sabes que resucitarás. Vivimos momentos de desconcierto brutal y el entorno que nos rodea puede desanimarnos, pero en nuestro interior sabemos que es tiempo de esperanza, una esperanza exigente, laboriosa, paciente y capaz de lograr de conseguir lo mejor de nosotros mismos y de los otros. Año tras año hemos celebrado el miércoles de Ceniza, el inicio de una preparación personal y comunitaria de nuestras actitudes personales, de nuestra manera de ser y de actuar, de nuestra capacidad de ayudar y acompañar. Cuaresma constituye la memoria de nuestra reserva moral y espiritual, recordamos las gracias recibidas, unidos a toda la creación y a todos los seres humanos. Todos los días elegimos entre ser samaritanos o viajeros indiferentes que pasamos junto a los necesitados sin mirar ni preocuparnos. La pandemia que sufrimos puede enroscarnos en nuestro egoísmo o ayudarnos a salir de nosotros mismos para preocuparnos de los demás. La muerte cercana nos iguala, nos asocia y nos ayuda a preocuparnos de los demás. Todos dependemos de los otros. No estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar removiendo las piedras que nos paralizan. El Señor con su cercanía y novedad puede siempre renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad.

martes, 9 de febrero de 2021

LA PEQUEÑA MUÑECA

Algo causa revuelo dentro del templo: una chica joven camina de un lado a otro preguntando. Se interesa por las capillas de los Santos, por lo que es importante y lo que no, por lo sagrado y lo anecdótico. De vez en cuando hinca su rodilla en el suelo como en un gesto de adoración. Detrás de su mascarilla se intuye una sonrisa y sus ojos bailan como en una opereta de Offenbach. Algún amigo ríe a su lado, la mira como a una loca, y le sigue el juego. Me dice que es rusa y bajo su escueta falda y su abrigo se percibe un alma llena de sed. Al final llega la pregunta: ¿y Dios? No da nada por supuesto y, aunque está en una Iglesia, se pregunta por Dios. Muchos entran y salen del templo sin hacerse esta pregunta, incluso de los que vienen cada semana. Le señalo el Sancta Sanctorum donde le veneramos y luego le digo: “y en ti, y en tu amigo, y en mi…” Vuelve a sonreír debajo de la mascarilla. Uno aprende a leer las comisuras de los rostros en este tiempo complejo. Su compañero me confiesa que desde pequeño ha ido a colegios religiosos. No me ha preguntado nada, tampoco por Dios. Ella sin embargo, como esas Matrioskas de su país, ha ido liberando capas para descubrir un interior lleno de vida. Sin pudor vuelve a hincar la rodilla y se santigua tres veces en orden inverso al nuestro (lo que se ha mamado no se olvida). Sale por el pasillo central como en una danza del Lago de los Cisnes: Pies ligeros, manos al aire, luz en los gestos. Vuelve al bar de enfrente. Se enfunda otra vez las capas que protegen del frio y de los miedos. Todo parece más fácil detrás de una copa y de un cigarro. Pero que belleza poder visitar de vez en cuando el templo de enfrente, el templo interior, donde poder mostrarte así, con la libertad y la humildad del que busca y se siente buscado.



lunes, 8 de febrero de 2021

Nada sin el otro

Entre las cualidades de Juan del Rio, comprobadas a lo largo de cuarenta años de cercanía y amistad, me gusta señalar su capacidad de acompañar y defender al débil, al desconcertado, al pequeño. Ha tenido ocasión durante su vida sacerdotal de descubrir a los más preparados, decididos, ingeniosos, inteligentes, y de ahí su buena selección para los puestos de mando, pero siempre me atrajo su cercanía llena de cariño y humanidad por quienes más ayuda y compañía necesitaban. En el seminario, a quienes dudaban o no comprendían bien el sentido de su vocación, a quienes no sabían estudiar o no eran capaces de centrarse; en la universidad, donde fascinó a tantos estudiantes atraídos por su palabra o sus orientaciones, pero desorientados en su vida o en sus relaciones familiares, a tantos profesores doctos en su materia, pero no tanto en sus relaciones personales o en sus últimas preguntas; en la Hermandad del Cristo de los estudiantes donde siempre le sintieron próximo en sus dudas o en su desorientación vital. A todos ayudó a explorar el país interior de sus almas. Llama la atención que hasta su muerte muchos de ellos han seguido dirigiéndose con él como su punto de referencia espiritual. En las dos diócesis de Jerez y castrense, conoció y trató muy de cerca a sus sacerdotes. Los trataba como a amigos, con confianza, cercanía y exigencia personal. Era consciente de la importancia de su formación permanente, del trato personal frecuente, y logró con su disponibilidad imbuirles del espíritu de comunidad y bonhomía. Abogó por ellos en todo momento y cuando, en una ocasión, calumniaron a uno de los suyos, lo defendió con razones y se enfrentó incluso con una congragación romana hasta conseguir cambiar su decisión. Tal vez sufrió su “cursus honorum”, pero no su conciencia. En los últimos doce años fue arzobispo castrense, el capellán sonriente dispuesto a atender al rey, a los mandos y a cualquier soldado, guardia civil o policía que lo necesitase. Al no tener un territorio concreto sino a todo un país en su diócesis, parecía, paradójicamente, que estaba más a mano, más a disposición. No creo equivocarme si afirmo que hoy en día la diócesis castrense es un punto de referencia atrayente para la mayoría de sus miembros. Juan del Rio ha vivido y trabajado, hablado y escrito para el cristiano y el hombre concreto de su diócesis. No era obispo de la monarquía o de los ejércitos sino de la familia real y de todos aquellos que trabajaban en el ejército, la guardia civil y los cuerpos de seguridad y sus familias. Fue el discípulo de su Señor y el padre y amigo de quienes la Iglesia le confió.

lunes, 1 de febrero de 2021

COVID NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS...

¿Con qué cara se quedarían los hijos de Israel cuando Moisés les reveló los nuevos mandamientos de “Jehová”? El becerro de oro había perdido todo su significado y había que empezar de cero… Y, a pesar de la enorme distancia, ¿no hay un cierto parecido con la época actual? Ahora, varios milenios después (en tiempos de los “pandemians”, posteriores a los “millennials”), lo de honrar a tu padre y a tu madre, santificar las fiestas, o no poder levantar falso testimonio, no codiciar los bienes ajenos, no cometer actos impuros, o incluso “no matarás” (tan lejos de la políticamente correctísima interrupción de la vida del feto), por ejemplo… Todo ello parece hoy en día trasnochado, anticuado, rancio, innecesario, pero, ¡hay de quién incumpla los mandamientos del “santo covid”! Si no aplaudes cuando lo hacen los demás, o si no llevas mascarilla el día que toca llevarla (o si la llevabas cuando no tocaba, o la llevas del modelo que “es demasiado bueno”, o del que se ha pasado de moda…). ¡A la hoguera! La “santa inquisición” del covid puede dejar a Torquemada a la altura de la abuelita de Heidi… El viernes pasado fui al Carrefour. Con la cesta repleta de artículos de mi lista, me acordé justo al final de los aguacates, que casi me cuestan la vida… ¡Más peligroso que viajar por Sudán del Sur o el Congo! Los cogí con las manos a toda prisa dispuesto a encaminarme hacia las cajas y frente a mí me encontré a uno de estos inquisidores echándome en cara mi sacrilegio. Llevaba mi mascarilla, me había echado varias veces el gel hidroalcohólico, guardaba distancias, pero era un vicioso miserable que debía haber incumplido alguno de los pecados capitales… ¡Cogí los dos aguacates sin guantes! Mi interpelador, que desconocía que me acababa de hacer una PCR y que me sentía tan puro como si hubiera salido directamente de la pila bautismal, solicitaba a gritos mi lapidación y mi purificación en la hoguera. Por mi parte reconozco que tengo muy poca paciencia y le contesté mal contestado (le pregunté si eran tan pirados en su familia como para chupar la piel de los aguacates con los que temía contagiarse), ante lo cual me enseñó su puño literalmente, y la trifulca no llegó a mayores gracias a mi tamaño (afortunadamente bastante más alto que mi inquisidor). La PCR me la había hecho porque el lunes volaba a Uganda con Klm y tenía que llevar una PCR negativa con una antigüedad máxima de 120 horas, pero los nuevos mandamientos del covid no están escritos sobre piedra sino que son un poco más cambiantes… Cuando faltaban 56 horas para que saliera mi vuelo cambiaron las normas y la aerolínea exigió que la PCR se hiciera con 72 horas de antelación (con lo que el preaviso de antelación pasaba a convertirse en un “post-aviso” de ¿“despuéslación”?), y aunque no estaba bien explicado, parece ser que también solicitaban llevar adicionalmente un test de antígenos realizado 4 horas antes (lo cual resulta hartamente difícil si tu vuelo sale a las 6.00 am y te presentas con tus maletas en Barajas a las 4.30 am sin esos antígenos que no sé dónde se pueden obtener de madrugada…). Lo más sorprendente no es que cambien las normas constantemente y que te dejen en tierra vulnerando todos tus derechos, sino que encima te apuntan con su dedo acusador indignados por tu felonía al incumplir una de las sagradas restricciones de la ley del “dios Covid”. Así que tuve que quedarme en tierra con otras dos voluntarias, y nos quedamos sin visitar varias decenas de misiones en las que nos esperaban para tratar de atender otras muchas necesidades (que en Africa también sufren el covid, pero sufren además de muchas otras catástrofes que les han acompañado siempre…). Y sin poderme mover de Madrid, este fin de semana me han vuelto a echar en cara nuevos y horribles pecados en situaciones insólitas (porque aunque creas que cumples todas las restricciones covid, siempre hay un dedo acusador recordándote que olvidaste una sub-variante de las restricciones, que mutan más que el propio virus…). Pues aunque sé que probablemente acabaré en una plaza pública colgado de los pulgares, escupido, azotado, y “latigado”, tengo la necesidad de reconocer mi agnosticismo frente a esta nueva religión que tanto nos ha transformado en este último y fatídico año. Porque por supuesto que me preocupa enormemente como a todos esta enfermedad, el sufrimiento, las horribles y desconsoladas muertes, el caos sanitario, la ruina económica, etc.etc.etc. Pero, no soy partidario de esta “nueva religión” que nos ha convertido en borregos sin opinión, que nos tenemos que creer a pies juntillas los “dogmas de fe” que “Papá Estado” ha decidido que son mejores para nosotros… Como dice mi hijo mayor, no resulta fácil comprender (usemos mejor el verbo “comulgar” ya que se trata de una nueva religión no sometida al análisis racional o empírico), porque no se contagia este virus en un aula con 200 alumnos en un examen presencial (o en un vagón del metro con esos 200 estudiantes que se dirigen a dicho aula), pero si es tremendamente contagioso si 5 de esos 200 alumnos van a celebrar a una cafetería que les ha salido razonablemente bien el examen (a partir de 4 esta relación pasa a ser pecaminosa). Y a ciertas horas es ya mucho más contagioso, y en ciertas latitudes, como por ejemplo en “tu casa” ya se contagiará todo el mundo inexorablemente a no ser que sea conviviente (cosa que no pasa en un bar). Y ahora que el Profeta de esta nueva religión, “el Sumo Pontífice Illa”, ha peregrinado a Cataluña, están apareciendo allí nuevos milagros, como que la gente ya no se contagia si viajan entre provincias para asistir a meetings electorales, ni el presidente de una mesa electoral deberá sentirse amenazado si frente a él depositan su voto millares de votantes, por cierto los últimos de la tarde electoral podrán también ir a votar sin ningún tipo de riesgo incluso con covid, con bula del “Ayatollah Simón”. Y si un calentón de Enrique VIII con la Bolena fue el preludio del cisma anglicano, ¿porqué no crear sectas frente a esta nueva ideología teniendo más en cuenta el riesgo de contagio que el de independentismo? ¿No debería existir una atenuante para los que hemos pasado ya la enfermedad y tenemos anticuerpos? Y cuando haya gente con doble vacuna, ¿también se les va a confinar y a prohibir viajar o ir a ver a sus familiares? ¿O todos al patíbulo sin excepción? Dicen que en Israel han pagado el doble por la vacuna porque esperan rentabilizar su eficacia con una población inmunizada en marzo que pueda ir a trabajar, que pueda ir a eventos, que pueda consumir o viajar… Con la esperanza puesta en la “VidaEterna”, o más bien en este caso, en la “VacunaModerna”, esta nueva religión ha vuelto a fijarse en el pueblo elegido, pero nuestros muy venerados Pedro y Pablo… ¿Querrán que seamos libres a partir de marzo como los ciudadanos de Israel? ¿O tal vez nos prefieren aborregados con inquisidores acusándonos en el Carrefour y manteniéndonos a raya? “Adorarás a las restricciones del Covid por encima de todas las cosas…” dice el último y más importante de los mandamientos. ¡Y todos a aplaudir litúrgicamente!