lunes, 4 de enero de 2021

EL DIA DE LOS INOCENTES

Las bolas de colores, el muérdago navideño (¡este año sin beso!), el abeto, los turrones, las uvas… Todo ello decora la Navidad, y el 28 nos encontramos con otra tradición: los muñequitos de papel. Bueno, no sé si aún se sigue llevando esa broma tan antigua o si las bromas están más presentes hoy en día en las redes sociales… Este año escuchaba una reflexión que me hizo pensar… Llega el hijo de Dios, se hace carne, los pastores lo adoran y los Sabios de Oriente también, y en estos momentos que todo el mundo espera Paz y Amor, Felicidad y Esperanza, es cuando celebramos el 28 de Diciembre, “el día de los Inocentes” para conmemorar la matanza de miles de bebés y la consiguiente huida a Egipto de la Sagrada Familia. Llega el ansiado Mesías y un par de días después… ¡el desastre! ¡Como si un equipo fichara a Messi y al año siguiente descendiera a Segunda! O peor todavía, como si la ansiada vacuna tuviera efectos secundarios aún peores, como lo que pasó en su día con la talidomida (¡Dios no lo quiera!). Desgraciadamente, el día de los inocentes sigue celebrándose a diario “sin poder huir a Egipto”, con millones de “muñequitos de papel” tan frágiles que no tienen voz, que no son tenidos en cuenta, que mueren a diario con la complicidad de sus padres, de los médicos que en esta ocasión no son héroes ni salvan vidas, con el aplauso desde los balcones de una Sociedad que, alentada por sus Gobernantes y ciertos Lobbies, anima a que siga adelante esta matanza como Herodes animaba a sus soldados para que “cumplieran con su deber”. Hoy en día no se habla de otra cosa más que de la Pandemia. Casi 2 millones de fallecidos desde que se inició hace ya un año. Un número monstruoso, pero mucho menor que los 50 millones de bebés asesinados cada año en un mundo que no tiene vacuna para remediar esta otra Pandemia. O si la tiene, pero no la usa… En su recuerdo, las palabras del Profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven». Aquellos inocentes, hace 2.000 años, tenían quien llorara por ellos y quien rezara por sus almas. Dios se apiade de estos otros inocentes, y de todos nosotros.

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